Mi participación en Hyrox fue mucho más que una carrera; fue un desafío físico y mental que me permitió salir de la monotonía del día a día
y explorar nuevos sistemas de entrenamiento que hasta entonces solo había estudiado en teoría. Durante una preparación de nueve semanas, me
enfoqué en construir una base sólida combinando carrera y ejercicios compuestos de alta intensidad. Mis entrenamientos incluían sesiones de
2 a 3 kilómetros con series intensas a un ritmo progresivo, comenzando en 6 minutos por kilómetro y llegando a los 4:50 el día de la prueba.
Este enfoque me ayudó a integrar la carrera como una herramienta clave dentro de mi preparación, trabajando tanto en resistencia como en
velocidad. Pero el verdadero corazón de mi entrenamiento fue el trabajo en ejercicios compuestos con pocas repeticiones y alta intensidad,
lo que no solo mejoró mi fuerza funcional sino que también optimizó el uso de mi tiempo. Esto fue esencial para mí como padre de familia y
profesional, donde cada minuto cuenta.

Las últimas dos semanas marcaron una diferencia importante en mi preparación. Fue en este periodo cuando decidí inscribirme en un gimnasio
específicamente diseñado para entrenar disciplinas como Hyrox, incorporando ejercicios específicos como el SkiErg, el RowErg y los trineos.
Realicé tiradas de hasta 3 kilómetros en ambos ergómetros, complementando esto con sesiones de trineos, tanto de empuje como de arrastre,
utilizando un peso 25% mayor al de la competición. Este enfoque no solo me preparó para los movimientos exigentes de la prueba, sino que también
me permitió comprender mejor mis límites y la importancia de planificar cada detalle del entrenamiento. Sin embargo, una prioridad constante
durante todo el proceso fue evitar lesiones. Siendo mi cuerpo mi principal herramienta de trabajo y, sobre todo, como padre comprometido con
mi familia, sabía que el cuidado y la prevención eran fundamentales. Cada sesión estaba diseñada para mantener un equilibrio entre rendimiento
y salud, respetando mis tiempos de recuperación y escuchando siempre las señales de mi cuerpo. Al final, Hyrox no solo fue un reto físico,
sino también una experiencia transformadora que me motivó a salir de mi zona de confort. Me demostró que los límites están para ser superados,
y que explorar nuevas formas de entrenamiento puede abrir puertas hacia una mejor versión de uno mismo, tanto dentro como fuera del deporte.

Hace un año emprendí un camino lleno de desafíos y aprendizajes: mi vida como runner. Lo que comenzó como
un simple interés personal rápidamente se convirtió en una pasión que no solo me ha permitido mejorar física
y mentalmente, sino que también me ha dado la oportunidad de contribuir a causas significativas. Mi primera
carrera, organizada por Profuturo, fue mucho más que una experiencia deportiva. Fue una puerta abierta hacia
la reflexión sobre la importancia de la educación como motor de cambio. Participar en este proyecto me permitió
no solo alcanzar un objetivo personal, sino también aportar a una iniciativa que abre oportunidades para jóvenes
que buscan construir un futuro mejor.

Mirando hacia atrás en este año de logros y superación, no puedo evitar sentirme agradecido por cada paso dado.
Cada entrenamiento, cada kilómetro recorrido y cada meta alcanzada han sido piezas fundamentales de un proceso
transformador. Mi compromiso no se detiene aquí; al contrario, me inspira a seguir apoyando proyectos como Profuturo,
que encarnan la esencia de lo que significa correr por una causa. Continuaré explorando nuevos retos y compartiendo
mi experiencia para motivar a otros a encontrar su propósito, tanto en el deporte como en la vida. Porque correr no
es solo llegar a la meta; es abrazar el viaje, superar los límites y, sobre todo, crear un impacto positivo en el mundo.

Participar en la carrera de 10K «Madrid Corre Contra el Cáncer» fue una experiencia que marcó profundamente mi camino como runner.
Ver a miles de personas movilizándose un domingo por la mañana, unidas por una causa tan importante, fue cautivador. Era mucho más que
una competencia; era un recordatorio del poder de la comunidad y de cómo pequeñas acciones pueden sumar para hacer una diferencia
significativa. En cada paso que daba, sentía la energía y el compromiso colectivo de todos los corredores, cada uno llevando consigo
una historia, un propósito, una razón para estar ahí. Este evento me hizo sentir parte de algo más grande, un movimiento cargado de
esperanza y solidaridad.

La carrera no solo puso a prueba mi resistencia física, sino que también fortaleció mi compromiso con causas que importan. Ser parte de
este movimiento me recordó que cada kilómetro recorrido tenía un significado más profundo: apoyar la lucha contra el cáncer y
sensibilizar a la sociedad sobre la importancia de la prevención y la investigación. Fue un privilegio contribuir, aunque sea con un
granito de arena, a una causa que toca tantas vidas. Esta experiencia me inspira a seguir corriendo no solo por mis metas personales,
sino también para impulsar iniciativas que generen impacto positivo. Al cruzar la meta, no solo sentí la satisfacción del logro, sino
también el orgullo de haber compartido este camino con tantas personas que, juntas, demostramos que el deporte puede ser un vehículo
poderoso para el cambio.

Tres semanas antes de la media maratón Zurich Rock and Roll, mi cuerpo me jugó una dura partida: una neumonía me envió de urgencia al médico.
Este diagnóstico no solo apagó momentáneamente mis planes, sino que puso mi salud como una prioridad absoluta. Durante los días más difíciles,
tuve que aceptar que cualquier esfuerzo físico intenso quedaba fuera de mi alcance. Me centré en ejercicios adaptados, manteniendo mi frecuencia
cardíaca en niveles bajos y enfocándome únicamente en conservar mi fuerza y estabilidad. No correr, no avanzar, parecía que el reto se desvanecía
junto con semanas de entrenamiento. Este proceso no solo afectó mi cuerpo, sino también mi mente, enfrentándome al temor de haber perdido lo que
consideraba mi segundo gran reto después de Hyrox, junto con el esfuerzo y el dinero invertidos. Pero había una lección más grande esperándome.

Tras dos semanas de recuperación y con la energía justa para gestionar mis clases colectivas, decidí no rendirme. Sabía que mi rendimiento
estaría lejos de lo habitual, pero no todo estaba perdido. Me armé de paciencia y determinación, y con un ritmo que casi rozaba el caminar,
me uní a la línea de salida de los 21 kilómetros. Mi meta no era superar marcas ni competir, sino cruzar la meta sin exigirle más de la cuenta
a un cuerpo aún en recuperación. Durante el recorrido, vi pasar a cientos de personas, cada una con su propia historia, su propia motivación.
Fue una experiencia profundamente humana, que me recordó que correr no siempre es una cuestión de velocidad o tiempo, sino de persistencia,
resiliencia y conexión con uno mismo. Al llegar al final, sentí una satisfacción que iba más allá de cualquier marca personal. Esta no fue mi
mejor carrera en términos de tiempo, pero fue, sin duda, mi mejor meta. Para quienes piensan que no pueden superar sus propios desafíos, les
digo: las herramientas para gestionar el esfuerzo existen, y adaptarse es la clave. Buscar apoyo de especialistas puede marcar la diferencia,
porque nunca se trata de rendirse, sino de encontrar el camino que funcione para ti.